Me llamo Morin Diedrichs, tengo 28 años, soy mamá primeriza y esta es mi historia:
Mi embarazo fue muy deseado, me costó cerca de un año. El proceso fue muy bueno, nunca tuve náuseas, ningún problema, lo disfruté muchísimo y pude hacer de todo hasta el final. Lo malo de vivir este proceso en la pandemia fue sentirse sola; no poder entrar a los controles con mi pareja, estar alejada de la familia y amistades. Fue un proceso mucho más íntimo y lo agradezco porque lo disfrutamos mucho.
Mi pareja y yo somos profesionales de salud. Cuando tenía 35 semanas de embarazo, mi pareja comenzó con síntomas de covid-19. El resultado del PCR se demoró mucho y para estar seguros se tomó una prueba rápida, saliendo positivo, por lo que tuvimos que iniciar la respectiva cuarentena. Avisé a mi ginecólogo y me dijo que si iniciaba con síntomas o alguna molestia debía ir a urgencias y que reprogramaríamos mis controles hasta el fin de mi cuarentena, a causa de contacto estrecho. Nunca tuve síntomas, solo el miedo y angustia de que mi pareja estuviera bien. Una noche sentí un dolor en la espalda y me asusté pensando que eran contracciones, pero no sabía que debía sentir, fue solo una vez y nada más, así que me tranquilicé.
Salía al patio y hablaba con mi pareja a través de la ventana de su pieza, conversamos de las cosas que nos faltaban por preparar y le decía a nuestra hija que no se le ocurra salir antes del fin de la cuarentena. El 31 de enero en la madrugada desperté con ganas de ir al baño, cuando llegué me afirmé en el lavamanos y se me rompió la fuente, no paraba de caer líquido y yo no podía creer lo que estaba pasando. Tenía 36 semanas +7, mi pareja estaba en la pieza de enfrente en cuarentena y no había nadie más, con pánico comencé a llamarlo y no contestaba; entonces abrí su puerta y le grité “¡Se me rompió la fuente!”. ¡Despertó y no lo podía creer, solo quedaban 3 días para terminar su cuarentena! Él me dijo: “¡Te llevo a la clínica vamos!” y yo le contesté: “¡Me voy a duchar primero!
Eran las 03:15 AM cuando llamé a mi matrona y me indicó que debía ir a urgencias para que me evaluarán. Llegamos a la clínica, ingresaron, al ser contacto estrecho no podía vivir mi parto con nadie. Me despedí de mi pareja con mucha pena y miedo, pero sería fuerte para mi princesa. Me hospitalizaron y aislaron por contacto estrecho de covid.
Tenía contracciones, pero mi cuello uterino no se había reducido. Con el paso de las horas nada había cambiado, así que me indujeron el parto con pastillas, luego de una hora las contracciones eran insoportables y solo tenía 3 cm de dilatación. Me pidieron aguantar una hora más, pero solo pude aguantar 30 min, el dolor no lo toleraba. Deseaba ir a la sala parto, pero todo era muy lento por ser contacto estrecho, por lo que no me podían sacar de la sala si no llegaba antes el personal de aseo para hacer desinfección. Después de mucho llegamos a la sala de parto, el anestesista demoró 30 min. más en llegar y yo ya no soportaba. Cuando me anestesiaron estaba tan agotada que me dormí. Con la primera carga de anestesia seguía con dolor, por lo que colocaron otra dosis. Con esta segunda me comencé a sentir mal, sentía frío y temblaba, mi presión arterial bajo y no sentía mis piernas, ni mi cola.
Me revisaron y estaba dilatada, me pedían pujar, pero no sentía mi cuerpo, así que no sabía que estaba haciendo, tuvimos que esperar que pase un poco la anestesia. Cuando sentí mis piernas pude pujar y a la tercera vez salió mi hija. Las cosas no mejoraron ahí, ella venía con doble vuelta del cordón umbilical en el cuello y estaba asfixiada, la sacaron rápido, la comenzaron a estimular, aspirar y tratar de reanimar. Yo sabía que las cosas no estaban bien, la angustia en mi crecía y solo podía llorar. Al ser funcionaria de salud sabía perfectamente que estaba pasando, ella se demoraba en responder y tocaron la chicharra (una alarma de urgencia para que llegara el pediatra de neonatología) Ella comenzó a respirar, me la mostraron 5 segundos y se la llevaron a evaluar con toma de exámenes. Había que ver si le había llegado oxígeno a su cerebro.
Todo este proceso fue muy doloroso. Los funcionarios me trataban de calmar diciendo que no pasaba nada, cuando yo tenía claro todo lo que pasaba y todos los riesgos que corría mi hija. Lo que más me dolía era no poder ir con ella, seguirla, darle la mano, que sintiera que estaba con alguien. Gracias a Dios mi hija es luchadora y todo estaba bien. No la pude ver hasta algunas horas después. Cuando ya estábamos juntas nunca me explicaron qué riesgos podría correr o si necesitaba algún tipo de monitorización.
Todos entraban a mi sala con pánico por ser contacto estrecho, las atenciones eran lo más cortas posibles, si podían me hablaban desde la puerta. Era tan ridículo el actuar de los funcionarios en base al miedo que no se daban cuenta que usaban mal sus medidas de aislamiento y de protección. El resultado de mi pcr fue negativo y aun así me mantuvieron aislada, me trataban como bicho raro. Fue tanto que el último día cuando nos darían el alta, la matrona que nos entregaba los documentos de mi hija, abrió la puerta y me dejó los documentos sobre el basurero y se fue.
Mi proceso de parto fue complejo y empeoró con la pandemia, con el paso de los meses me di cuenta del dolor que sentía al recordar mi parto y he aprendido que debo sanar esas heridas y agradecer infinitamente de que mi hija está bien, es sana y ya cumplirá 5 meses.
Morin Diedrichs