“No sé qué me pasa. Estoy tan sobrepasada, después de horas de trabajo dentro y fuera de la casa, sumado al cuidado de los niños, no puedo más. No sé qué hacer. ¿Qué hago para no llegar a los gritos, para controlarme más?”, me pregunta una paciente.
Es época de vacaciones, con niños aburridos y muchas veces enfermos en la casa. Semanas que idealmente serían de descanso y regaloneo, para los padres -especialmente para las mamás-, es una temporada de agotamiento extremo, un poco de angustia por no saber cómo se va a responder a todas las responsabilidades con los niños sin colegio, y mucha culpa.
El arquetipo de la mujer consumida por el estrés con una lista interminable de cosas por hacer, irascible en sus interacciones con hijos y pareja, se ha vuelto un lugar común. Sin embargo, en mis conversaciones con amigas y pacientes, veo que más que una abstracción, es una realidad. Y esto no es sólo una opinión personal: Un estudio de Naciones Unidas encontró que las mujeres hacen, en promedio, 3 veces más trabajo doméstico que los hombres, aún cuando comparten el mercado laboral con ellos.
El trabajo doméstico no sólo es físico, también es emocional. Expresar empatía, calma, alegría, cuando esas emociones no se sienten pero el contexto las demanda -como por ejemplo cuando se crían niños-, es una labor que genera mucho estrés. Quizá lo más grave, es que ese estrés no es circunstancial. Para las mujeres, es una responsabilidad constante asignada en base a cómo se han socializado los roles de género. La culpa surge como una consecuencia natural de esta socialización: uno de los múltiples efectos del estrés es la reactividad emocional.
Cuando estamos bajo mucha presión, por mucho tiempo, es más esperable que tengamos poca paciencia y que explotemos con los que tenemos más cerca -los hijos, la pareja-. Luego viene la culpa: ¿Cómo no soy capaz de controlarme?. Tengo pésimo carácter. Soy mala mamá.
Generalmente, en los medios se responde a inquietudes como estas con tips: recomendaciones de cómo manejar el tiempo para obtener un mejor balance entre el trabajo y la casa; cómo ser más mindful, más consciente de las propias emociones en situaciones demandantes, se dan consejos de crianza y disciplina positiva.
Estas sugerencias, muchas veces bien intencionadas, dejan intacta la actual repartición de responsabilidades y los apoyos disponibles para la crianza en nuestras comunidades. Cualquier recomendación de cómo balancear el trabajo con la familia o cómo ser más cariñosas en los vínculos con los cercanos serán difíciles de poner en práctica si no cuestionamos y repensamos la manera cómo están asignadas las responsabilidades de la crianza. Esta redefinición de roles no solo debiera considerar a la pareja, sino también al resto de la comunidad (abuelos, parientes, amigos con hijos más grandes, escuelas, municipalidades, centros culturales, etc).
De hecho, estudios indican que lo que las mamás necesitan no son ideas para hacer más multitasking o más información acerca de prácticas de crianza. Lo que las madres necesitan para tener mejor salud mental y mejores relaciones con sus familias es percibir más apoyo de sus comunidades: cuando la parejas, los abuelos, los parientes, el jardín infantil, la escuela y otras instituciones ofrecen apoyos en la crianza, las mamás sufren menos depresión y se sienten más competentes con sus hijos. El apoyo social también es un factor protector del apego seguro y del desarrollo en los niños especialmente en familias más vulnerables y mamás primerizas.
Mi sugerencia para las vacaciones de inverno no es para las mamás, sino para el resto de nosotros: tomemos en serio la angustia y el agotamiento que sienten las mamás con las vacaciones de los niños; que el estrés crónico con que viven las mujeres sea un llamado de alerta: Una señal significativa de que hemos construido sociedades donde la crianza de los niños es responsabilidad de un individuo (usualmente la mamá, con consecuencias muy negativas para la salud mental familias), en lugar de ser una responsabilidad compartida por una red de personas que se interesan en el desarrollo de su comunidad.
Ok, pero qué hacemos mientras tanto con los niños en la casa?
Algunas ideas para bajar la presión y movilizar más apoyos en temporadas de vacaciones:
1. ¿Se acuerdan cómo pasábamos las vacaciones cuando éramos chicos, antes de navegar horas en Pinterest buscando recetas de galletas instagrameables? Exacto. Olvidémonos de Pinterest, de Instagram y Facebook por un rato.
¿Queremos hacer algo con los niños? metámonos todos juntos a la cama en la tarde a ver una película de monitos (¡sin teléfono en la mano), juguemos con los juguetes que los niños ya tienen, dejémoslos ayudar a cocinar los tallarines para la noche, dibujemos juntos, leamos cuentos. Hagamos cosas que nos relajen, tanto a los niños como a los adultos.
¿Se están trepando por las paredes porque han estado todo el día en la casa? Gran panorama: vamos caminando a comprar pan, conversemos de lo que soñaron anoche, de qué amigos echan de menos, de qué les gustaría hacer cuando grandes. Los vínculos con los niños se construyen en actividades compartidas donde todos disfrutamos, donde ellos pueden sentir nuestra atención y ganas genuinas de estar con ellos.
Y la verdad es que la mayoría de los niños están cansados igual que nosotros, con tiempos largos de transporte entre el colegio y la casa, conflictos con compañeros en el colegio y muchísimas más tareas de las que deberían recibir para su edad. Descansemos todos, no nos sumemos estrés gratis con expectativas de actividades súper elaboradas para hacer en familia. Dejemos a los niños aburrirse, hagamos vida familiar normal, y naveguemos estas semanas con cariño y paciencia.
2. Usemos la ayuda que buenos samaritanos nos ofrecen: ¿la suegra nos ofreció sacar a los niños a pasear? Hagamos a un lado las diferencias con ella, no pensemos en la cantidad de azúcar que les va a dar, y dejemos que nos ayude. Preguntémosle cuándo y dónde. Gracias suegra, ¿dónde los va a llevar? ¿Cuándo puede ser? ¿Los pasa a buscar y a dejar? Lo mismo con la amiga que no tiene hijos, los padrinos o cualquier persona que los quiera y en quien confiemos (¡tiene que ser de confianza! No queremos presionarnos con más preocupaciones). Especialmente cuando los niños son chicos, mucha gente quiere apoyar pero no sabe cómo. Si nos ponemos concretos podemos recibir más ayuda de la que normalmente tenemos.
3. Y finalmente, exijamos más de nuestras instituciones. A la vuelta de vacaciones, que la pareja o alguno de los abuelos (deleguemos) pregunte en el colegio, en la municipalidad, en el centro cultural: ¿Qué actividades tienen planeadas para las vacaciones de verano? ¿Todavía no han organizado nada? ¿Quién está a cargo? ¿Cuál es su mail? ¿Puede mandarme un correo cuando tengan planeado el calendario de actividades para los niños de diciembre y enero? Mejor aún, denme por favor su teléfono para llamar a esa persona y que me mantenga informada de las actividades que van a hacer para el verano. Quiero estar en lista de espera desde ya.
Paulina Barahona es psicóloga y master en psicología de la Pontificia Universidad Católica. Es profesor visitante en la Universidad de San Francisco California, y co-fundadora del programa Parentline un servicio de psicoterapia online para familias con niños entre 0 y 3 años. Paulina se especializa en terapia breve y psicoterapia en línea y vive en San Francisco con su familia. Más de su trabajo e intereses en www.paulinabarahona.com y @thebrieftherapist