Es el medio de la noche, todos duermen y la casa es tan silenciosa como puede llegar a serlo, cuando, de la nada, tu hijo suelta un grito desesperado acompañado de llanto y súplicas para que vayas a verle. Es una simple pesadilla, ¿o no?
Es importante definir qué le está pasando, optar por pensar que es una “simple” pesadilla es algo casi natural, sin embargo, podríamos estar obviando un problema mayor; un trastorno del sueño.
Las pesadillas ocurren durante la etapa REM del sueño, y es posible identificarla porque el niño será capaz de reconocer lo que le asustaba. En cambio, los terrores nocturnos ocurren durante el sueño profundo por lo que no hay imágenes mentales a lo que atribuir el miedo, incluso puede que al día siguiente ni recuerde la noche de terror que tuvo.
¿Qué debo hacer cuando mi hijo tiene un terror nocturno?
Debido a que el niño no está realmente consciente de lo que está ocurriendo, resultará un poco inútil consolarlo (aunque será lo primero que hagas por instinto). Solo hay que esperar a que el miedo pase y asegurarse de que el niño no se esté haciendo daño a sí mismo.
No hay que realizar forcejeos fuertes ni intentar despertarlo con gritos o poniéndole luz muy alta; por el contrario, hay que mantener la luz tenue y hablar con él con una voz suave. Lo normal es que en alrededor de 20 minutos, tu hijo se calme y vuelva a caer en un profundo sueño.
¿Qué puedo hacer para prevenir los terrores nocturnos?
Algunas sugerencias:
- Asegúrate que tu hijo esté durmiendo lo suficiente, los niños que no tiene una buena rutina de sueño, son más propensos a tener estos trastornos del sueño.
- Evitar el estrés dando suficiente tiempo para las rutinas de antes de dormir: un baño, una canción, un libro, y un montón de abrazos.
- A las dos horas de haberse quedado dormido (poco antes de que sea el momento clave para que se inicie el episodio), despertarlo suavemente, hablarle tranquilo y luego dejar que vuelva al sueño. Esto hará que cambie su patrón de sueño.
Para tu tranquilidad, este trastorno del sueño ocurre en un bajo porcentaje de la población infantil (entre el 3% y 6% de los niños de 3 a 7 años); y aunque no tiene un remedio para combatirlo, no suele durar mucho tiempo.
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