La impaciente: El final de la historia
Babytuto
10 de septiembre de 2014
El papá de mi mejor amiga está en la clínica. "El papá" suena lejano, porque en realidad es más bien el tío Pablo, con el que yo he pasado la mitad de mis veraneos y a quién siempre vi, en alguna medida, como un papá de repuesto (adicional, extra, una especie de dos por uno por esa amistad), lleno de energía, siempre con un chiste a la mano y extremadamente alto. Le dio un infarto el viernes.
Mi mamá siempre me dijo que esto empezaba a pasar: que uno se daba cuenta de que se acercaba a la primera línea cuando los papás se empezaban a enfermar (y nadie lo quiera, a morir). Es muy fuerte darse cuenta de eso: que hay cosas que ya no alcanzaremos a compartir, que en algún momento la historia con esas personas se acabará. Que nuestra propia historia avanza a un ritmo vertiginoso.
Yo ya no alcancé a hacer que mi abuelo tuviese un nieto. Él no alcanzó a ver que yo estaba bien -más estable, más contenta, más entera-. La vida es cortísima y pareciera que la sensación de rapidez se acrecienta a medida que van pasando los días. Nos sentamos con el Pelao a conversarlo un rato: qué queríamos hacer de aquí en adelante. Qué trama le íbamos a dar a nuestra historia. Qué difícil encontrar tiempo para todo lo que queremos hacer: estudiar, viajar, pasar más tiempo con la gente que queremos, embarazarnos, cuidar a un otro para siempre. Es harto, pero también es esperanzador el hecho de que está lleno de mujeres y hombres que viven esa historia todos los días. Solo requiere orden y una dosis de persistencia.
La impaciente
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La impaciente: El final de la historia
Babytuto
10 de septiembre de 2014
El papá de mi mejor amiga está en la clínica. "El papá" suena lejano, porque en realidad es más bien el tío Pablo, con el que yo he pasado la mitad de mis veraneos y a quién siempre vi, en alguna medida, como un papá de repuesto (adicional, extra, una especie de dos por uno por esa amistad), lleno de energía, siempre con un chiste a la mano y extremadamente alto. Le dio un infarto el viernes.
Mi mamá siempre me dijo que esto empezaba a pasar: que uno se daba cuenta de que se acercaba a la primera línea cuando los papás se empezaban a enfermar (y nadie lo quiera, a morir). Es muy fuerte darse cuenta de eso: que hay cosas que ya no alcanzaremos a compartir, que en algún momento la historia con esas personas se acabará. Que nuestra propia historia avanza a un ritmo vertiginoso.
Yo ya no alcancé a hacer que mi abuelo tuviese un nieto. Él no alcanzó a ver que yo estaba bien -más estable, más contenta, más entera-. La vida es cortísima y pareciera que la sensación de rapidez se acrecienta a medida que van pasando los días. Nos sentamos con el Pelao a conversarlo un rato: qué queríamos hacer de aquí en adelante. Qué trama le íbamos a dar a nuestra historia. Qué difícil encontrar tiempo para todo lo que queremos hacer: estudiar, viajar, pasar más tiempo con la gente que queremos, embarazarnos, cuidar a un otro para siempre. Es harto, pero también es esperanzador el hecho de que está lleno de mujeres y hombres que viven esa historia todos los días. Solo requiere orden y una dosis de persistencia.
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